Aitor Lagunas
Berlín- Parey, una aldea en mitad de Sajonia, vivió a mediados de octubre del año pasado un triste viaje de regreso al más oscuro pasado de Alemania. En su instituto, jóvenes de 16 años obligaron a uno de sus compañeros a lucir durante el recreo un cartel que proclamaba: «Soy el cerdo más grande del lugar porque me relaciono con judíos». Lápices de colores y caligrafía de colegial para copiar una de las cantinelas propias del III Reich (1933-1945).
Poco después, en Grimmen (cerca de la frontera con Polonia), jóvenes extremistas boicotearon el homenaje a una de las víctimas más conocidas del Holocausto, Anna Frank. Para ello rescataron otra de las clásicas actividades nazis: la quema de libros.
Protagonistas menores
Casos como estos suceden con relativa frecuencia, sobre todo en el territorio de la antigua República Democrática Alemana. Lamentablemente, sus protagonistas son, cada vez con más frecuencia, menores. El antisemitismo está calando en las aulas, y en las grandes ciudades se ve potenciado con el odio que muchos niños musulmanes dirigen hacia Israel. «Judío» es el insulto de moda en los patios berlineses.
El semanario «Der Spiegel» reflejó cómo los fenómenos migratorios comienzan a variar la percepción tradicional de la violencia racista en Alemania. El epicentro de esta transformación se sitúa en el distrito de Berlín-Kreuzberg, donde reside el grueso de los emigrantes turcos de la capital (unos 140.000 en total). En una de sus escuelas, una niña judía tuvo que escuchar de boca de otros estudiantes «ahora abrimos la llave de gas» al entrar en el laboratorio de química.
Más grave aún fue la odisea de una alumna hebrea que, con sólo 14 años, se convirtió en el centro de la ira de un grupo de muchachos musulmanes: al comienzo insultada, después agredida físicamente, terminó por hacer el trayecto a clase escoltada por la Policía. Hasta hace pocas semanas, cuando sus padres decidieron inscribirla en uno de los dos colegios que administra la Comunidad Judía berlinesa. La Jüdische Oberschule constituye un paraíso, un remanso de calma para 204 escolares judíos. Entre sus paredes, nadie ha de preocuparse por lucir la kipá, el solideo propio de su religión. Sin embargo, en la calle, la mayoría lo oculta bajo modernas gorras de béisbol o directamente prescinde de él.
La Comunidad Judía de Berlín lleva tiempo alertando acerca del surgimiento de una «nueva dimensión de antisemitismo». Ahora las agresiones no proceden sólo de las bandas neo-nazis, sino también de los hijos de inmigrantes musulmanes, fuertemente influenciados por el conflicto que sacude Oriente Medio.
Y los efectos de esta aparente comunión se extienden más allá de las escuelas: durante la Copa del Mundo de fútbol que albergó Alemania el pasado verano, el Partido Nacional demócrata (NPD), heredero ideológico del nazismo, convocó manifestaciones de apoyo a la selección iraní con el lema «Dos pueblos, un enemigo común», en referencia al Estado de Israel. Además, Günter Kissel, un empresario conocido por negar el Holocausto, se encargará de la construcción de la mayor mezquita en suelo germano.
Los extremos se tocan
¿Hasta qué punto llegan las conexiones entre las dos ramas del antisemitismo en Alemania? Para Anetta Kahane, de la Fundación Amadeu Antonio contra el Racismo, neo-nazis y ciertos sectores musulmanes cooperan «a nivel filosófico, como en la reciente Conferencia de Teherán» (en la que se discutió la existencia del genocidio judío). «Se conocen, e incluso se respetan, pero afortunadamente son tan estúpidos que no son capaces de ponerse de acuerdo en la violencia callejera», explica Kahane a este periódico. E implica también a sectores de la radicalidad izquierdista. A su juicio los fundamentalistas islámicos y la extrema derecha e izquierda alemanas tienen en común su odio a Israel y a Estados Unidos; y su oposición a la globalización y a la democracia liberal. «Hace poco me topé en Turingia con dos manifestaciones, una neonazi y otra de extrema izquierda. Las dos cantaban contra el imperialismo y el judaísmo. Era terrorífico», reflexiona.
http://www.larazon.es/noticias/noti_int9742.htm
Poco después, en Grimmen (cerca de la frontera con Polonia), jóvenes extremistas boicotearon el homenaje a una de las víctimas más conocidas del Holocausto, Anna Frank. Para ello rescataron otra de las clásicas actividades nazis: la quema de libros.
Protagonistas menores
Casos como estos suceden con relativa frecuencia, sobre todo en el territorio de la antigua República Democrática Alemana. Lamentablemente, sus protagonistas son, cada vez con más frecuencia, menores. El antisemitismo está calando en las aulas, y en las grandes ciudades se ve potenciado con el odio que muchos niños musulmanes dirigen hacia Israel. «Judío» es el insulto de moda en los patios berlineses.
El semanario «Der Spiegel» reflejó cómo los fenómenos migratorios comienzan a variar la percepción tradicional de la violencia racista en Alemania. El epicentro de esta transformación se sitúa en el distrito de Berlín-Kreuzberg, donde reside el grueso de los emigrantes turcos de la capital (unos 140.000 en total). En una de sus escuelas, una niña judía tuvo que escuchar de boca de otros estudiantes «ahora abrimos la llave de gas» al entrar en el laboratorio de química.
Más grave aún fue la odisea de una alumna hebrea que, con sólo 14 años, se convirtió en el centro de la ira de un grupo de muchachos musulmanes: al comienzo insultada, después agredida físicamente, terminó por hacer el trayecto a clase escoltada por la Policía. Hasta hace pocas semanas, cuando sus padres decidieron inscribirla en uno de los dos colegios que administra la Comunidad Judía berlinesa. La Jüdische Oberschule constituye un paraíso, un remanso de calma para 204 escolares judíos. Entre sus paredes, nadie ha de preocuparse por lucir la kipá, el solideo propio de su religión. Sin embargo, en la calle, la mayoría lo oculta bajo modernas gorras de béisbol o directamente prescinde de él.
La Comunidad Judía de Berlín lleva tiempo alertando acerca del surgimiento de una «nueva dimensión de antisemitismo». Ahora las agresiones no proceden sólo de las bandas neo-nazis, sino también de los hijos de inmigrantes musulmanes, fuertemente influenciados por el conflicto que sacude Oriente Medio.
Y los efectos de esta aparente comunión se extienden más allá de las escuelas: durante la Copa del Mundo de fútbol que albergó Alemania el pasado verano, el Partido Nacional demócrata (NPD), heredero ideológico del nazismo, convocó manifestaciones de apoyo a la selección iraní con el lema «Dos pueblos, un enemigo común», en referencia al Estado de Israel. Además, Günter Kissel, un empresario conocido por negar el Holocausto, se encargará de la construcción de la mayor mezquita en suelo germano.
Los extremos se tocan
¿Hasta qué punto llegan las conexiones entre las dos ramas del antisemitismo en Alemania? Para Anetta Kahane, de la Fundación Amadeu Antonio contra el Racismo, neo-nazis y ciertos sectores musulmanes cooperan «a nivel filosófico, como en la reciente Conferencia de Teherán» (en la que se discutió la existencia del genocidio judío). «Se conocen, e incluso se respetan, pero afortunadamente son tan estúpidos que no son capaces de ponerse de acuerdo en la violencia callejera», explica Kahane a este periódico. E implica también a sectores de la radicalidad izquierdista. A su juicio los fundamentalistas islámicos y la extrema derecha e izquierda alemanas tienen en común su odio a Israel y a Estados Unidos; y su oposición a la globalización y a la democracia liberal. «Hace poco me topé en Turingia con dos manifestaciones, una neonazi y otra de extrema izquierda. Las dos cantaban contra el imperialismo y el judaísmo. Era terrorífico», reflexiona.
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